La insólita aventura de una mujer osada. Por Lila Bujaldón

Recuperamos una nota publicada en el diario MDZ en el año 2010, escrita por una de nuestras investigadoras de FFYL UNCUYO. La nota ya no está disponible en el sitio del diario, aquí la replicamos con permiso de la autora.

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Sociedad

La insólita aventura de una mujer osada

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Archivo General de la Provincia

El Parque Gral. San Martín a principios de siglo.

El tren trasandino a comienzos del 1900.

La investigadora Lila Bujaldón de Esteves.

 

La alemana Hedwig Pringsheim, suegra de Thomas Mann, llegó a Mendoza en 1908. En su diario de viaje relata su viaje en el Ferrocarril Trasandino y su paso por el Cristo Redentor. De nuestra ciudad alabó los árboles y criticó el poco confort, los precios desmedidos de los hoteles, el calor y los mosquitos.

 

 

Hedwig Pringsheim.

Por Lila Bujaldón de Esteves (*) 

Entre los contactos culturales entre Alemania y Argentina alrededor del Centenario destaca  en 1907 el diario de viaje de Hedwig Pringsheim (1855-1942) a Sudamérica. La parte central de este diario está dedicada a su estadía de dos meses en la Argentina. Su autora, fue una figura relevante para la familia de Thomas Mann como madre de la esposa del escritor, Katia Pringsheim.

El diario de viaje de Hedwig Pringsheim permaneció inédito casi 100 años. Se trata de un cuadernito estilo art nouveau que acompañó a Hedwig como viajera para narrar su inusual travesía marítima y sus peripecias en suelo rioplatense, desde mediados de noviembre de 1907 febrero de 1908.

Sabemos que la vida disipada de Erick, el hijo preferido y primogénito de Pringsheim, lo obligaron al alejamiento de Alemania como castigo social admitido; que debió trasladarse a la Argentina donde fue visitado por su madre al lugar del exilio impuesto y finalmente, conocemos el luctuoso final de “la oveja negra” de la familia en estas tierras lejanas.


Y vemos el coraje e independencia de Hedwig, quien se anima como madre a emprender a comienzos del siglo XX un viaje insólito, fuera de los recorridos usuales de la gran burguesía alemana.

El diario de viaje de Hedwig Pringsheim ofrece testimonios que significan muchas veces la recuperación de datos, costumbres, festividades, rituales sociales, precios coetáneos, formas de viajar que no son accesibles para ella de ningún otro modo. Por ejemplo, en el caso del diario de viaje que nos ocupa, es antológico el detallado relato que Hedwig hace del trayecto de más de tres horas a lomo de mula o en coches que los pasajeros del Ferrocarril Trasandino deben recorrer a 4.000 metros de altura, subiendo al monumento del Cristo Redentor, porque aún no estaba listo en 1908 el túnel internacional.

Buenos Aires en 1910.

El itinerario de Hedwig Pringsheim

Según consigna en su diario de viaje, el 17 de noviembre de 1907 se embarcó en Lisboa en el lujoso transatlántico Cap Arcona de la ya tradicional línea Hamburg-Südamerikanische Dampfschiffahrts-Gesellschaft que navegaba entre Hamburgo y Buenos Aires desde la década de 1870. Solamente hacen escala en la isla de Madeira y desde el barco avistan las islas de Cabo Verde. Después de atravesar el Ecuador, pasaron frente a la ciudad brasilera de Bahía, para arribar a destino, Buenos Aires, el 2 de diciembre, previo desembarco de cartas y pasajeros en Montevideo.

Este itinerario sin escalas muestra en la época la importancia para la compañía naviera del puerto de llegada, es decir, que se trataba de un viaje para argentinos o para alemanes interesados en la Argentina, hecho relevante por la capacidad y calidad de la nave, de más de 1.000 pasajeros.

Además de describir a sus compañeros de travesía, la viajera comenta las actividades diarias en el transatlántico: “La vida gira en torno a las copiosas comidas, en las que a causa de molestias estomacales, aún no he participado todavía intensivamente, en torno a paseos en la cubierta, a lecturas. Me ejercito también en castellano y escribo”. Objeto de otras páginas es la descripción de los pocos lugares donde hacen escala, la visita minuciosa a las instalaciones del barco, las ceremonias del paso del Ecuador, el banquete de despedida. 

Después de reunirse con su hijo Erik, motivo del viaje, Hedwig permanece en la ciudad tres semanas, recorriéndola. También hace visitas a los nuevos conocidos de la colonia alemana y sobre todo, quedan a la espera de que aparezca una estancia digna de comprarse o una ocupación adecuada que resuelva la incierta situación del primogénito.

El lujoso transatlántico Cap Arcona.

Poco antes de Navidad, el 23 de diciembre, madre e hijo parten en tren hacia el Sur, Estación Tornquist, invitados por Rodolfo Funke a su estancia “Rincón de Tres Picos”, desde donde se divisa la Sierra de la Ventana.  La estadía se interrumpe solamente por una excursión de dos días a la ciudad de Bahía Blanca y a una estancia cercana donde son huéspedes del cónsul alemán Meyer.

El 8 de enero vuelven a Buenos Aires, hasta el día 12, en que parten madre e hijo en tren hacia Chile. Recién el 16 de enero retoma Hedwig las anotaciones de su diario desde Viña del Mar, en que relata el viaje con el Ferrocarril Trasandino: después de pasar rápidamente  por Mendoza en tren, cruzan en coche la frontera en el Cristo Redentor a 3.900 metros hasta  llegar a Juncal en territorio chileno.


Después de pernoctar en un primitivo albergue, siguen en tren hasta el puerto de Valparaíso, donde son visibles restos y recuerdos muy cercanos del terremoto acaecido dos años antes de su paso. El 20 de enero están en Santiago, que recorren  durante cuatro días.

Ya el 26 de enero los Pringsheim están de vuelta en Buenos Aires y desde allí la viajera  relata el retorno sobre la cordillera de Los Andes, el día de estancia en Mendoza, hasta llegar nuevamente a Buenos Aires. Su permanencia en ella no ha durado más que 22 horas: lo mejor, que alaba, son los túneles verdes que embellecen la ciudad; lo peor, que detalla: el poco confort y los precios desmedidos de los hoteles.

Las últimas anotaciones dedicadas a la ciudad de Buenos Aires están destinadas a contar los ruidosos sucesos políticos que ocurren en torno a manifestaciones de apoyo y rechazo al Presidente Figueroa Alcorta. Luego madre e hijo visitan por última vez la estancia de R. Funke en el sur de la Provincia por unos pocos días.

El 8 de febrero Hedwig escribe nuevamente desde otro transatlántico, el Avon, de bandera inglesa, en el que inicia el viaje de retorno a Alemania, sin su hijo. El itinerario es diferente del que cumplió el Cap Arcona, de modo que da motivo a la viajera para seguir con sus anotaciones describiendo los paseos por Santos, Rio de Janeiro, Bahía, Pernambuco, puertos por donde va fondeando el Avon. El 24 de febrero tocan Madeira, el 26, Lisboa, luego Vigo, para consignar en la última anotación del 29 de  febrero que las tormentas en el mar Cantábrico impiden cualquier posibilidad de escribir.

El Tren trasandino hacia 1940. (Foto Archivo General de la Provincia).

“En Mendoza los mosquitos me volvieron loca”

La estadía de Hedwig en Argentina no llega a los dos meses y se ha repartido entre la ciudad de Buenos Aires, el campo de la provincia y un viaje-escapada en tren hasta Chile, donde permanece con su hijo poco más de una semana. Además, un par de días los ha dedicado a conocer las ciudades de Bahía Blanca y Mendoza.

La llegada de Hedwig a Buenos Aires se produjo a comienzos de diciembre de 1907, por lo que toda la estadía de la angustiada madre transcurre en lo más álgido del verano porteño. Esta circunstancia climática condiciona negativamente todas las apreciaciones de la viajera, restringe sus movimientos en la ciudad y genera un estado de ánimo incapaz de ninguna valoración positiva.

Las calles son calurosas, el viento quema, uno podría morirse de una insolación, la humedad es opresiva, el sol es ardiente. El 7 de enero anota: “Hoy, como también ayer, hace un calor ardiente”  y al día siguiente, el 8 de enero consigna: “Cerca de las 6 de la mañana estaba sentada delante de la casa abatida por el calor…”.

Para remediarlo hay que seguir la costumbre local, que sin embargo cuesta seguir: “Siempre uno se queda sentado en piezas enteramente oscurecidas -también a causa de la tortura de las moscas – y a esta vida sin luz y sin aire, durante tres cuartas partes del día, me acostumbro con gran dificultad”; inclusive el descanso nocturno está perturbado por la temperatura, como le sucede en Mendoza: “Hasta las 2 de la mañana intenté en vano dormirme, pues el calor y los mosquitos me volvieron loca”.

El Cristo Redentor poco después de su terminación.

“Los monumentos públicos son salvajemente horribles”

Desde la óptica alemana desde donde se formula, lo multifacético y variado, inherente al parámetro centroeuropeo de belleza, asociado además a determinadas proporciones, es aplicado desventajosamente a la realidad nueva que tiene ante sus ojos, en la que prima  la monotonía de las grandes extensiones; Hedwig hacia el sur de la provincia de Buenos Aires observa: “Más extraña que agradable era la impresión que me producía el campo, que se extendía ante mí en su absoluta aburrida monotonía” o la escueta consignación durante el trayecto a Tornquist: “La ruta del ferrocarril aburrida, monótona, estéril”.

Junto a otras viajeras alemanas, coincide Hedwig en la apreciación de una Buenos Aires sin rasgos caracterizadores. A poco de desembarcar escribe: “Una ciudad sin singularidad; muy extendida por causa de las repetidas casas de una sola planta”; o el mismo día de la llegada observa: “Las calles son angostas y calurosas, los tranvías y toda clase de carruajes pasan a toda velocidad y hacen un ruido ensordecedor, la imagen de la ciudad no parece ni extraña ni muy interesante”.

Luego detalla la causa de su disgusto: la chatura de las casas, la mezcla de estilos y, de entre ellos, los peores: “Las construcciones son en su mayoría de un solo piso y feas, las más grandes y elegantes en las sectores más elegantes de la ciudad, como Plaza San Martin, Avenida Alvear, un conglomerado increíblemente sin gusto de los más diversos estilos; las fuentes y los monumentos públicos salvajemente horribles”.

A Hedwig le llaman la atención los profundos desequilibrios en plena ciudad, tanto entre las construcciones -un palacio junto a una vivienda precaria-, como entre los habitantes: al lado de una dama ataviada como en París, una mujer con rasgos indígenas vestida pobremente. Así lo expresa: “Junto a las casas de un solo piso crecen palacios modernos sin gusto, inmediatamente al lado empalizadas de construcción, cubiertas de propaganda, junto a un elegante negocio parisino o londinense un pequeño almacenero o un artesano miserable”.

Estos contrastes se profundizan aún más entre el centro y los suburbios, paso abrupto que se da entre una calle y la próxima. “Inmediatamente fuera del centro de la ciudad uno se encuentra en calles abandonadas, polvorientas y desiertas con casas en las que no hay vidrio sano”.

Y en cuanto al clima cultural que se percibe en la ciudad, la alemana no duda en criticarlo impiadosamente: “La gente come y bebe. Saborear la vida en un sentido más fino parece desconocido”, juzga Hedwig a poco de llegar.

La Estación Juncal, en Chile.

“¡Qué desilusión este país y esta ciudad!”

Como es usual para diversos textos de viaje, es necesario valorar en primer lugar el objetivo del periplo, pues en este se halla muchas veces la clave de interpretación del mismo. Observemos que Hedwig Pringsheim había venido a la Argentina por razones absolutamente de orden privado, familiar y que atañían a su condición de madre. La  constatación del fracaso de un cambio favorable en la existencia del primogénito en el lejano país tiñó negativamente todas sus vivencias de Buenos Aires y el resto de los pocos puntos recorridos en la Argentina.   

Desde hacía más de dos años que no veía a su hijo Erik, ausencia acrecentada por la demora con que las noticias por correo llegan desde lejos. La correspondencia de Hedwig durante ese período muestra su estado de ánimo. A su amigo Maxiliam Harden confiesa en una carta del 6 de diciembre de 1905: “Sin alegría transcurre mi vida. Parece que  de manera inexplicable se me ha perdido la capacidad de la alegría, la posibilidad de interesarme en la vida. Estoy estúpida. Como, duermo, voy de paseo, leo, administro mis negocios; pero soy un autómata, para quien todo lo que hace no le concierne absolutamente”.

Erik (1879-1909) había sido enviado a la Argentina en 1905, como destierro por las deudas y manejos fraudulentos con el dinero de la familia, sobre todo a raíz de su pasión por las carreras de caballos y otros juegos de azar. La idea era su rehabilitación a partir del alejamiento de Alemania y la afirmación personal a través de una nueva existencia dedicada al manejo de tierras para trabajar o de un empleo en ese ámbito.

Las relaciones de la familia Pringsheim con grandes banqueros y comerciantes  señalaron la Argentina como un destino adecuado a esos fines, a través del consejo de Rodolfo Funke, un alemán que desde hacía 30 años poseía estancias y negocios exitosos en nuestro país. De hecho, Hedwig hizo el viaje en barco junto con este circunstancial intermediario y fue su huésped en Tornquist, en la lejana estancia del sur de la provincia de Buenos Aires.

La madre no podía hacerse una idea clara del entorno que muy de tanto en tanto le describía el hijo en las escasas cartas que llegaban a Munich y buscaba ansiosamente los comentarios de circunstanciales visitantes que volvían de la Argentina y habían visto casualmente a su hijo. A mediados de 1907 comienza a hablar del viaje y cuenta a su amigo Harden las respuestas que recibe por lo insólito de la empresa.

La impresión negativa sobre Buenos Aires se profundiza a medida que pasan los días opresivamente calurosos y la situación laboral de Erik no presenta signos de resolverse. En la primera carta a su amigo Maximilian Harden desde destino escribe: “Ay Dios, Harden, ¡qué desilusión este país y esta ciudad! No es cierto lo que uno se imagina: Buenos Aires, Sudamérica, qué interesante, qué extraño, que diferente! Pero nada de eso. Qué poco interesante, qué europeo, qué parecido”. La insatisfecha viajera pasa luego a describirle el centro de la ciudad y concluye reafirmando su primera impresión: “Todo el ir y venir resulta sin originalidad, europeo”.

A renglón seguido pasa a narrar a su amigo la situación del hijo, el que muestra no haber cambiado en absoluto: ella debe desembolsar una gran suma de dinero para sacarlo de una pensión miserable, donde Erik no había pagado desde hacía cuatro meses y en la cual vegetaba sin mover un dedo; cierra la carta mostrando su profundo malestar en que une la inoperancia de la espera por una solución a la futura actividad del hijo y el entorno de la ciudad: “Por ahora no tenemos nada en vista, sentados a la espera en esta ciudad asquerosamente insulsa, y yo transpiro, transpiro. Hace un calor de locura, nosotros vivimos en el medio de la ciudad y las noches y no refrescan más”.

Mujeres de paseo en Buenos Aires (1917).


La presencia del extranjero en el diario de viaje

Otro aspecto interesante del diario de viaje de Hedwig Pringsheim a la Argentina es la presentación de la cultura extraña, más allá de las descripciones ya mencionadas de la ciudad y el paisaje recorrido.

El primer contacto concreto se produce en la travesía, en que los niños argentinos se transforman en “la serpiente en el paraíso”, según la imagen muy sugerente de la alemana. En los ojos de la avezada madre de cinco hijos que era Hedwig por entonces: estos niños son maleducados, molestos, ruidosos, y esa inconducta no sólo no es controlada por sus padres, sino que ellos la avalan abiertamente. De allí también la crítica a la altanería, la soberbia, la falta de cultura –según la viajera- proveniente de su ocupación de comerciantes.

Su percepción se amplía a la observación  de una generalizada tensión  entre alemanes y argentinos en este barco que, por las características mencionadas, se reparte mayoritariamente entre ambos grupos. El privilegio que parece rodear a las familias argentinas es motivo de conversación incluso con el capitán del barco y tema de sus cartas. El pedido de visitar la 3ra. clase le es denegado por el capitán, de modo que su visión se reduce a la clase alta que viaja en primera.

En Buenos Aires hay muy pocas menciones de trato con locales, algún mal momento con caballeros que, en la percepción de Hedwig, no se comportan como tales, y la observación expresada críticamente del proceso de argentinización de los hijos de los extranjeros, por considerar al español como su lengua materna y al alemán, como extranjera. Otro juicio adverso atañe a la política, cuyos remezones los juzga motivados por cuestiones personales y que califica de “política de opereta”, mientras que a nivel internacional, elige mencionar un trascendido picaresco sobre el Cristo Redentor entre Argentina y Chile, omitiendo el significado del monumento.

Interesante  también es la descripción del hombre de campo, “peón” le llama en castellano, que observa en la estancia. En una misma cocina, comen todos juntos de un mismo cordero que se asa en cruz, toman mate y conversan ininterrumpidamente. El rasgo que más sobresale es la cortesía con que se tratan mutuamente.

También en las notas correspondientes a este ámbito rural se halla  la notoria incorporación de términos en castellano tomados de la vida rural, muchas veces transcriptos según los escuchó: chacra, alambradas, monte, leguas, rancho, cosecha, lazo, capataz, atadora, novillo, peón, recado, tranquera, muchacho. Muchas menos habían sido las palabras castellanas incorporadas en la travesía y poquísimas en las anotaciones sobre Buenos Aires, lo que nos indica el distinto grado de interrelación con el medio extranjero según el ambiente de que se trate.

La descripción del atuendo del hombre de campo aparece en su paso por la estación de Retiro en construcción; allí observa figuras extrañas, “salvajes” dice en alemán: hombres con amplios pantalones, pañuelos multicolores y flojos al cuello, botas altas y amplios sombreros de fieltro, entre los que se siente incómoda.

Respecto de la mujer argentina de clase alta  Hedwig expresa un total  desagrado frente a  su apariencia. La desmesura y exageración de su arreglo y cosmética, según el canon estético alemán, lleva a confusión respecto de su status social. Hedwig describe también a una compañera local de viaje en tren, de clase social más baja, cuya naturalidad al desvestirse y la exhibición de  la excesiva corpulencia la asombran. También observa la poca ropa con que los mendocinos se defienden del calor, lo que deja suponer la diferencia con Alemania al respecto y da a la vez una pauta de las altas temperaturas. 

El diario de viaje de Hedwig Pringsheim en su condición de tal no previó ni un amplio público, ni tenía otro objetivo que servir de expresión y memoria para la autora en un episodio tan trascendental de su vida como un viaje a Sudamérica en busca del hijo pródigo. Efectivamente la viajera expresó allí sus pensamientos y sentimientos más íntimos, tanto sobre el lugar visitado como sobre el hijo reencontrado.

La originalidad de su experiencia, apoyada por un brillante y atractivo estilo, atrajeron tanto a Thomas Mann, como a los lectores actuales a  los que ha sido abierto. Todavía resta completar el valor que para la historiografía argentina y regional ofrecen estas “involuntarias” páginas femeninas, así como otros aspectos textuales propios del diario de viaje de la época.

(*) La autora de la nota es investigadora del CONICET,  profesora de Literatura Alemana y Austriaca  y Directora del Centro de Literatura Comparada de la Facultad de Filosofía y Letras (UNCuyo).

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